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EL SACERDOTE DE ATITLÁN Y LA COSMOVISIÓN MAYA

Foto del escritor: Salvador GarcíaSalvador García

Hace unos años participé en una experiencia formativa que recordaré para siempre. Se trataba de un curso sobre liderazgo promovido por un programa de Modernización de la Administración Pública de Guatemala y financiado por el PNUD, un organismo de las Naciones Unidas para el Desarrollo en el Tercer Mundo.

En una primera entrevista en Barcelona, en la Agencia Catalana de Cooperación Internacional, unos representantes del gobierno guatemalteco nos presentaron el problema:

–En nuestro país hay una gran falta de líderes –dijeron. A lo que yo respondí con una gran empatía de blanquito europeo híperescolarizado:

–Claro, claro, aquí pasa lo mismo: hay muchos gestores, pero muy pocos líderes.

–Creo que usted no lo entiende –dijeron con gran parsimonia–, en nuestro país hay una gran falta de líderes porque, sencillamente, los han matado. ¡Ni más ni menos!


Efectivamente, entre 1960 y 1996 hubo en Guatemala una atroz guerra civil que, en gran parte a manos del ejército local, apoyado por EE.UU, causó más de 200.000 muertos, en su mayoría personas pertenecientes a las numerosas etnias indígenas del país.

Finalmente, el programa formativo a medida, dirigido a un reducido número de líderes locales fue sobre «Liderazgo, Valores y Presentaciones eficaces»y se realizó en un precioso paraje a orillas del lago Atitlán. Solo recuerdo el nombre de algunas de las muchas etnias de los participantes: zutuhil, kakchiquel y quiche. Ni qué decir tiene que, por supuesto, aquellos alumnos sabían mucho más sobre liderazgo, valores y presentaciones eficaces que todas mis diapositivas de powerpoint juntas.


Cada vez que hacían presentaciones en público hablando de temas como «La Legitimidad» o «la Vida como Aventura», los aplausos del público, profesor incluido, eran atronadores.

Recuerdo que, en un ejercicio improvisado del Modelo Triaxial de Valores, definimos entre todos una propuesta de Los Tres Valores «G» de Guatemala y realizamos una ofrenda de frutas y flores al lago de Atitlán para que pudieran llegar a hacerse realidad: Grandeza, Generosidad y Ganar–Ganar.


Espontáneamente, en la gran barcaza de madera de colores donde se realizó el taller participativo, el grupo poiético de la generosidad fue a proa, los pragmáticos del ganar–ganar bajaron a la sala de máquinas, y los éticos de la grandeza se situaron al timón. Afortunadamente, en la barcaza no había powerpoint, y un formador local me prestó su inseparable alfiletero de muñeca para ir colocando nuestras conclusiones en tarjetones de colores pinchados en las paredes de la cabina principal.

Una de las cosas que más me impresionó fueron las palabras finales de despedida de un participante que había permanecido casi todo el tiempo callado, con su sombrero negro calado y una expresión de sorpresa y suavidad en la mirada. Era sacerdote maya en el pueblecito costero de San Pedro, y nos dijo algo así como:


–Todo esto de la dirección por valores que nos ha explicado está muy bien, señor profesor, pero ¿quiere usted que le diga en qué consiste la cosmovisión maya al respecto?

–Sí, claro, por favor.

–Pues es muy simple, señor profesor: HASTA QUE DIOS, LA NATURALEZA Y EL HOMBRE NO SEAN LA MISMA COSA, NO HAY NADA QUE HACER, SEÑOR PROFESOR


Recuerdo que el PNUD me pagó la bonita suma de 1.500 $ al día por realizar el curso, y que por las oficinas del ministerio pendiente de modernización había unos gringos con gafas oscuras que parecían sentirse a sus anchas. Esta experiencia me animó a impulsar el proyecto de Consultores sin Fronteras.



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