
Llegué dos días antes: me dí permiso para tomarme mi tiempo. Como adivinando lo que da de sí la espera consciente. Con la intención de saborear mi tiempo robado al día a día . El 11-S todavía estaba reciente.
La distancia entre el aeropuerto de Newark y Peace Village, en medio del Valle del Hudson, es mucho mayor que tres horas en el típico tren azul y blanco de Estados Unidos. Es la distancia entre el aturdimiento de la ciudad de los rascacielos y el cielo en paz de uno de los bosques de colores de otoño más bellos del planeta, donde tiene un centro de meditación la organización de origen hindú Brahma Kumaris.
Montado con Ricky en una Harvey Davidson blanca, la distancia entre Peace Village y Woostock no llegó a tres cuartos de hora.
Fue desde el viernes 15 hasta la mañana del lunes 18 de agosto de 1969. Tenía yo entonces catorce añitos y empezaba a salir con mi primer amor , una chica trotskista de la que he hablado en otro lugar. Allí se realizaron “Los tres días de paz y música de Woodstock”, una de las mayores congregaciones de la contracultura hippie de toda la historia, con más de medio millón de jóvenes asistentes.

Allí fue donde el gran Jimi Hendrix tocó el himno estadounidense solo con guitarra eléctrica como signo de protesta contra la guerra de Vietnam de Nixon. Y allí fue donde tocaron también Janis Joplin, Joe Cocker, Joan Baez, John Sebastian, The Band, Ravi Shankar, Santana, Creedence Clearwater Revival, Crosby, Stills Nash & Young y los británicos The Who . ¡ Que pasada, colega!. Ausencias notables fueron las de The Beatles, The Rolling Stones, The Doors… y ¡Bob Dylan!
Pero volvamos a Ricky. Un ángel blanco motero me recibió en la puerta del centro de retiros. Albino, de blanco impecable, desde los pies hasta el típico pañuelo para debajo del casco en la cabeza, pasando por una respetable barba de antiguo hyppie de toda la vida. El miembro de los Brahma Kumaris Me acomodó en mi alojamiento, encantado de hacerme de anfitrión local al haber llegado antes que el resto de participantes a las jornadas.
Se trataba de unas jornadas de meditación y encuentro llamadas “In The Edge of Emergence”. Andaba yo ya entonces con mis inquietudes eutópicas, y tenía mucho interés por participar en un espacio de conversación sobre lo nuevo que pudiera estar emergiendo en el mundo en ese momento de la historia.
- ¿ Te apetece que vayamos a dar una vuelta y vamos a Woodstock en mi moto?-, me preguntó el ángel motero a la mañana del día siguiente ejerciendo a la perfección su papel de anfitrión improvisado. – “Of course, let´s go!” , fue mi entusiasta respuesta.
Cuando llegamos a la Main Square del pueblecito de Woostock, Ricky y su Harley blanca fueron el centro de atención de todas las miradas; no sólo de los habitantes habituales, que eran personas corrientes, sino de los varios personajes con diadema de colores, barba y símbolo de la paz colgado al cuello que todavía deambulan por allí, cuarenta años después del famoso festival histórico.
En el centro de la plaza había un baúl con instrumentos musicales para que quien quisiera pudiera improvisar cualquier música. Mi talento como instrumentista se reduce a saber resbalar los dedos mojados por la piel de la pandereta española, pues cuando era un crío me encantaba hacerlo para acompañar los villancicos de Navidad con una entrega propia de un virtuoso de su oficio.
Fueron unos de los días de experiencia de consciencia de alma, de amistad y de conversaciones transformadoras más interesantes de toda mi Vida.
Me costó despedirme de Ricky cuando me acompañó de vuelta a la pequeña estacion de madera del tren de la Amtrak en el pueblecito de Hudson . Antes de partir me dijo: -Recuerda que el apego es la fuente de todo sufrimiento, "my friend". Y me hizo el juego ese de las dos manos atadas con gomitas elásticas que se liberan de golpe después de haber estado tremendamente unidas.
Y así fue como puedo decir que “Yo también toqué en Woodstock”.

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