
-María, Si sigue Vd. cuidando tan bien de mi madre, cuando ella fallezca le conseguiré un vuelo a su país para que se pueda reencontrar con su familia y casarse con su marido.
En sus últimas semanas de vida, Encarnita tuvo una cuidadora boliviana que era encantadora. Habíamos tenido varios disgustos con otras anteriores, por lo que los dos la valorábamos mucho.
En el funeral de mi madre , María todavía se encontraba bien. Recuerdo cómo se emocionó con nosotros al escuchar “Somos Novios”. Era su canción favorita, que tanto le recordaba a Patricio, el amor de su vida. Una soprano la interpretó de manera preciosa. Había creado vínculo con ella después de tantos meses de cuidarla con cariño.
A los pocos días, cuando volvió a casa de mi madre para ayudarme a arreglar las cosas de la ropa y todo eso, noté que estaba de color bien amarillo. Cáncer de páncreas.

El mi querido Hospital de San Pablo de Barcelona, donde yo estudié y me formé como internista, María tuvo pronto el abdomen muy hinchado por ascitis. Su estado no era bueno.
-Jefe, ¿que hacemos?. Le voy a pedir una grandísimo favor: yo no me voy si no es con usted, me da mucha seguridad, ¿Nos vamos a Bolivia, jefe?.
“Ufff, vaya responsabilidad”, pensé; pues en su estado un viaje en avión era más que problemático.
-Tengo una idea. ¿ Y si le decimos a Pedro que venga él a Barcelona y se casan aquí?. - ¡ Ay, sí!. Y luego cuando mejore nos vamos juntos a Santa Cruz.
Y así fué. No sé cómo lo hicimos, pero se consiguieron papeles para que el marido viniera con un permiso temporal de trabajo
Estando todavía en el hospital, las enfermeras llamaron emocionadas al cura para que pudiera casarlos en la misma habitación.
- ¿Tiene papeles?-, fue su primera pregunta. – Necesito su partida de bautismo. - ¡ Ay, padrecito, pero si nací en un pueblecito de la sierra y como voy a ir yo ahora a buscarla?. No los casó, de ninguna manera. No creo que el cielo se alegrara mucho ante semejante acto de burocracia inhumana perpretado por parte un supuestamente enviado desde allí. Todas las enfermeras lloraban indignadas. Y nosotros también.
Estaba viviendo en aquella época con Josephine, una chica de Los Angeles, ejecutiva de una multinacional informática y que cantaba como Billie Holliday. En su mejor versión humana, le decía a María mientras le acariciaba cariñosamente la barriga: - No te preocupes, María, las dos somos inmigrantes y siempre salimos adelante, OK?
Finalmente, Pedro volvió por su cuenta a Santa Cruz de la Sierra. Y María, Josephine y yo decidimos volar por la nuestra..

En aquella época hice un trabajo de consultoría para nuestros homólogos de “Aviación sin Fronteras”. Homólogos porque la consultoría estratégica se hizo desde la Fundación Consultores sin Fronteras que habías creado unos meses atrás junto con unos amigos.

Aviación sin Fronteras es un meritorio grupo de aviadores y azafatas que utilizan los bonos de vuelo sin coste que les ofrecen sus respectivas compañías para realizar vuelos de misiones humanitarias. Para nuestra sorpresa, nos ofrecieron tres pasajes en Business Class para trasladar a la valiente María. Íbamos equipados con una vía intravenosa y suficientes dosis de morfina.
Cuando estábamos en pleno vuelo se nos acerca en pleno vuelo una asustada azafata : - El comandante dice que han de firmar ustedes este documento-. Se trataba de un consentimiento de que si la pasajera fallecía durante el trayecto me debería hacer cargo de todos los costes de vuelta a Barcelona. ¿ Que podía hacer?. No tuve más remedio que firmarlo y confiar en el destino divino.
Para aprovechar el viaje, los de Aviación sin Fronteras nos dijeron que levábamos un cargamento de jeringuillas y morfina para un hospital boliviano, y nos pidieron que se lo entregáramos al llegar al Padre Castellanos.
Afortunadísimamente, el viaje transcurrió sin problemas. Al llegar, fuimos los tres de entrada a una pensión local tan modesta que no tenía condiciones de habitabilidad alguna. Así que nos trasladamos a un hotel de turistas de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y desde allí llevamos a María a su casa familiar.
La llegada no pudo ser más deprimente. En la minúscula casa, presidida por una enorme urna con un santo rodeado de luces de colores, se agolparon todos sus familiares ávidos de saber qué es lo que llevaba en sus maletas. Parecía importares más eso que el estado de su familiar. Muy triste. Afortunadamente, previendo la situación, ella ya me había confiado antes todos sus ahorros en metálico obtenidos por su trabajo en España.
– Esto ha de ser para la educación de mis hijos, Jefe. Se lo confío-. Además, tenía que dormir en una habitación junto a uno o dos de sus nietos.
Considerando que no tenía condiciones de vivienda dignas para sus útimos días de vida, le propuse trasladarla a un hospital. – Uy, Jefe, no va a poder ser, aquí hay que pagar hasta las medicinas. No sé cómo pero conseguí trasladarla a un habitación aislada de un hospital municipal. Las paredes estaban mugrientas, pero la habitación estaba bien aireada, y podía estar cuidada, limpia, tranquila y recibiendo visitas de su pareja y otros familiares.

Al día siguiente fui a visitar al famoso Padre Nicolás Castellanos. En la pared de su modesta casa en medio de la nada, había una pintada: “El amor es la revolución”. Y dentro de la en el patio, una frase del filósofo personalista Gabriel Marcel: «Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive.» .
El padre Nicolás era un hombre risueño y acogedor que anteriormente había sido ni más ni menos que Obispo de la gran catedral de Palencia, en España. Y que se había dado permiso para seguir con su vocación y cambiar sus amplias estancias en la impresionante catedral gótica por una modesta casita de cura rural.
-¿Que necesitas, hijo?. ¿ Tienes alguna duda de tu fe sacerdotal? -. No podía creer que yo no fuera clérigo y hubiera querido ir a visitarle. Le explique lo de Consultores sin Fronteras y me dio todas sus mejores bendiciones obispales y las gracias por llevarles el cargamento de morfina para el hospital que él mismo había construido.
Y no sólo un hospital construyó al anterior Obispo de Palencia, sino una escuela de emprendedores y, en mitad de un páramo, una gran piscina olímpica donde los jóvenes de la ciudad podían bañarse a placer. Además, había creado una Facultad de Teatro y una organización para dar de comer todos los días a más de 1.000 niños. ¿Cómo no iba a estar risueño después de todas estas realizaciones?. Tuve el privilegio de comprobar en vivo y en directo el efecto del amor, la confianza y la coherencia en la felicidad humana. ¡ Que gran inteligencia de valores la de Nicolás Castellanos!.
Antes de volver a España, fui a despedirme de María a su habitación del hospital. Cuando ya estaba en la puerta, me giré para darle un último saludo y sólo me dijo: - HA SIDO UN GUSTASO, JEFE.
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